Andrea Galindo Mendiola




[NOMBRE Y FECHA DE NACIMIENTO] 
Andrea Galindo Mendiola 
19 de febrero de 1999


[SEUDÓNIMO]
Athena G.


[CIUDAD]
Cuernavaca Morelos - Coatzacoalcos. Veracruz.


[RESEÑA]
Pequeña criatura nocturna escondida entre libros. Escribo con música cuando las almas duermen. Me encanta el arte y veo un parte de él en mí. Me encuentro en armonía entre las ciencias exactas y las humanidades, me encanta. Siempre curiosa acerca de la mitología griega.
Nací en la tierra de las flores, pero mi corazón se quedó en Durango junto al resto de mi familia. Llevo habitando Coatzacoalcos desde que tenía dos años y medio. Hija de ingenieros químicos. Bailé diferentes estilos por 10 años en la escuela Ana Pavlova y extraño hacerlo. Era mi pasión hasta que descubrí el mundo de la lectura. Comencé a leer involuntariamente mientras juraba que lo odiaba. Leí mi primer libro por voluntad a los 11 años e hice mi primer escrito a los 12, sin saber que pasaría después. Leo para perderme un momento y vivir aventuras. Me he experimentado muchos clásicos, pero lo haré. Me gusta contar historias inventadas y verídicas, disfruto aprendiendo otras más. Me interesa de todo, estoy dispuesta a leer el mundo hasta encontrarme y cuando lo haga, seguiré leyendo.
Poco a poco me ha adentrado al espacio cultural de Coatzacoalcos enfocado a la escritura asistiendo a taller de creación literaria y perteneciendo a un colectivo literario llamado Libros Blancos en el Centro Cultural Mutualista. Actualmente en mi colegio, Anglo Mexicano estoy en el taller de creación literaria donde como proyecto terminaré mi primer libro. Aspirante a estudiar Literatura. Aspirante y soñadora de escritora.


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[CUENTOS] 

LLUVIA, TÚ

Salí corriendo del calor de casa en el pecho doliendo, casi como mi infierno. Azoté la puerta ya con lágrimas en mis ojos. El aire empezaba a faltar. Noté el frío de noviembre de inmediato. Quise volver, me di la vuelta solamente para recordar que la puerta no se abre desde afuera. Resignada me dirigí hacia el pasto frío que adorna el pequeño jardín. Me recosté dejando que mi cabello se acomodara libremente sobre el húmedo césped. Traté de cerrar mis ojos, pero cada que lo hacía, una lágrima perdía la batalla y se deslizaba por un costado. "No llores. No lo hagas, por favor." Sollozaba tratando de convencerme, pero era en vano. Oculté mi cara entre mis pequeñas manos blancas, como si las estrellas me estuvieran observando a través de las nubes grises. Cuando abrí los ojos pude ver las gotas caer del cielo, como si él también tuviera el corazón roto. Sabía que cuando me detuviera, estando seca, dolería. Las marcas se quedarían ahí para siempre. Bajo las nubes grises de noviembre, mandando sus gotas a curar heridas. El alma que había sacrificado por él. Pelea y gritos que había dado su estadía y partida. Cerré los ojos una última vez. Sabía que estaba atrapada entre cada gota de la lluvia de noviembre, con su recuerdo en mi mente y su marca en mi corazón.





TODAVÍA NO, PERO CASI

Se bajó del carro con elegancia, como siempre lo hacía. Su pelo ondulado rozando sus hombros se balanceaba a su caminar. Su vestido negro de espalda descubierta mostraba destellos con la luz. Caminaba como si fuera la dueña del lugar. Su cabeza en alto, un pie adelante del otro. La entrada era su pasarela. Robaba las miradas de hombres y mujeres al entrar. Habló con conocidos y saludó amigos. Bebió champaña junto con algunos bocadillos. Lo que usualmente alguien hacía en estas fiestas donde la clase alta socializaba y hacía negocios.

Pretendía estar entera.

Parada con una sonrisa deslumbrante, pero se sentía agonizando en el piso. Las memorias del triste y lluvioso funeral de su madre seguían en su mente. Sin embargo, se mantenía fuerte como su padre le había enseñado.

Cuando empezó el baile, ella se dirigió a la mesa con sus amigos. Bebieron, platicaron, rieron. Ella se veía alegre y se sentía un poco más relajada. La noche iba muy bien. En la pista de baile, estaba él. Cabello ondulado color madera, piel blanca y manos de pianista. Una sonrisa adornada con dos hoyuelos. Bailaba como profesional, guiando a su pareja de baile con gracia. Ambos parecían una escena sacada de la Bella Durmiente, quitando el cambio de vestido y el baile en las nubes. Danzaba con su acompañante, mientras ella miraba la foto que se había tomado con sus amigos.

Así como la vida es cruelmente hermosa, miró hacia la pista y él hacia las mesas. Sus miradas se interceptaron como si fuera la primera vez. Como si el pasado no existiera y ese fuera su nuevo presente. Una nueva posibilidad. Ella apartó la mirada y él siguió bailando. Sintió las memorias y recuerdos acumulándose en la garganta. Sabía que él tenía pareja, pero jamás la había visto. Entre conversaciones de negocios se encontró lanzando más miradas a la pista de baile.

Él le daba vueltas para después atraerla hacia sí y darle un beso en la mejilla. Hace unos meses, hubiera roto en llanto. ¿Dónde estaba el amor que prometías? ¿Qué pasó con tus tiernas miradas? Hubiera exclamado con arroyos en sus chapeadas mejillas. No, no más. Dolía, claro, pero era una mujer fuerte que entiende con un amor ya no es suyo. Por la sonrisa que tenía en ese momento y la delicadeza con la que la sostenía era más que obvio, era feliz. Ella trataría de serlo por él. No aún, pero lo intentaría. Todas las promesas se habían quedado en su espejo retrovisor, guardadas en una maleta. Ambos habían avanzado, así era la vida. Sus amigos se mostraban inquietos al verla observar a quién alguna vez sujetó su mano, besando la frente de otra. Se miraban entre ellos compartiendo algo que ella ignoraba. Les pidió amablemente que le contaran, jurando que estaría bien. Ella y su corazón eran lo suficientemente fuertes como para aguantar otro golpe más.

Y la golpeo la verdad. Estaban comprometidos, en unos meses sería la boda.

Dolió dentro de ella. Tan rápido se había olvidado de sus noches bajo las estrellas. No pudo evitarlo, sus ojos se posaron sobre la pista encontrándose con una mirada familiar. Esta vez se sostuvieron la mirada por un momento, lo suficiente para recordar. Mañanas cantando, tardes bailando, noches amando. Las veces que él la había llamado su brillo de oro bebido a la tonalidad de su cabello. Ahora, él abrazaba a su diamante, como el que ella usaba en el dedo anular.

Se despidió de sus amigos y se dirigió a la salida, sin saber muy bien lo que sentía. Miró por última vez a su pasado dándole un beso a su prometida. Lo miraba con ojos brillantes. Si él la hace feliz, entonces ella lo estaría por ambos.

Caminó hacia el estacionamiento cuando escuchó a alguien gritar su nombre, volteó y ahí estaba él. Más recuerdos llegaron. Él la miraba con preocupación. Le sonrió como en los viejos tiempos. Se despidió con la mano y continuó buscando su auto.

Él regresó con su prometida. Ella se quedó un momento sentada frente al volante escuchando la música de la fiesta y sonrió. Recordó a su madre diciéndole que era fuerte y que sanaría las heridas que él había dejado.

Lo estoy logrando, ma. Lo estoy haciendo.





DEJAR IR

El sonido de mis pisadas al ritmo de la música en mis audífonos, resuena por la calle desierta. Generalmente volvía a casa en camión. Hoy no. Necesitaba caminar. 

En un rato iría a un concierto de una banda local con Jenny, mi novia. O al menos ese era el plan. Últimamente algo se metía entre nosotros y los planes: el alcohol. Terminábamos pasando la tarde en su patio. Nos emborrachábamos en ropa casual. Algunas veces recostados en el pasto, otras con los pies dentro de la alberca. Estar ebrio no me impedía apreciar las estrellas y la hermosa chica que estaba a mi lado.

Concepto romántico, si tuviéramos la mayoría de edad. 
Solamente tenemos 15 años.

Los primeros seis meses fue digno de grabarse en películas. Fiestas. Alcohol. Besos apasionados. Tardes lluviosas sin ver películas en el sillón. El sueño de la mayoría de los adolescentes. Tengo que admitirlo, también fue el mío. Estaba saliendo con la chica más guapa de la escuela. La gente volteaba a verme por sujetar su delicada mano, no por mi loco cabello rojo. Ahora, tenía un poco más de popularidad. Era notado por los demás. Diversión. Fiestas. Bailes. Clubs nocturnos. Una vida bastante alocada para un adolescente normal. Estaba jugando a ser adulto sin saber que esa hermosa chica, me llevaba directo a un abismo. Estaban todas las señales delante de mí y jamás me di cuenta. Me aferré a la falsa idea de felicidad y a ella. 

“Joey, ella no es buena para ti, tienes que dejarla ir.” Mi hermana me dijo una vez, mientras vigilábamos que nuestros primos no se mataran entre sí. Le dije que estaba loca. ¿Cómo dejaría ir a una chica como Jennifer? Lo ignoré. Estaba atado a mi terco pensamiento y este se había clavado en mi mente. Aun caminando hacia la casa de mi novia, estaba convencido de que todo estaba bien. 

Por fin llegué. La puerta estaba entreabierta. “¡Jenny!” la llamé sin entrar. “Soy Joey, ¿ya estás lista?” Una risita se escuchó a lo lejos, parecía venir del patio. Algo dentro de mí seguía repitiendo las palabras de mi hermana. Entré, como vampiro con permiso previo. Había ropa tirada por todas partes, latas de cerveza, vasos de plástico regados, una que otra botella vacía de distintos licores y, para terminar, Jenny tirada en el pasto. “¡Amor!” se tambaleó tratando de incorporarse nuevamente. “Tienes que probar esto. Está ¡deliciooooso!” me dio de su vaso para probar. Lo hice a un lado y traté que me mirara a los ojos. Pensó que la besaría, pero la frené. Su aliento apestaba a alcohol. “Jen, el concierto…” Volvió a poner su vaso frente a mí. “Aburrido. Toma, yo sé que quieres.” Sus ojos, aun estando ebria estaban increíblemente hermosos. Sus pupilas eran esa mano oscura en mis pesadillas, que me jalaba a la oscuridad. Tal vez ya estaba ahí. Mandé al diablo a la música en vivo y tomé de un jalón la bebida. 

Mi cabeza dolía muchísimo. Un dolor agudo me acompañó cuando abrí mis ojos. Mi celular a punto de morir, indicaba que era más de media noche. Habíamos estado bebiendo por cinco horas seguidas hasta caer dormidos. Me levanté como pude y caminé hacia el baño de la sala. Sus padres nunca estaban. No tenían ni idea de lo que su única hija hacía en su patio trasero, de la cantidad del alcohol que tomaba y mucho menos de las cosas que había hecho conmigo. Abrí el grifo y me salpiqué un poco de agua en la cara. Mi reflejo daba asco. Orejas, pelo muy desmarañado, ojos perdidos. Hace seis meses estaba lleno de vida, ahora parecía un zombi cayendo por un abismo.

Es gracioso como el reflejo cambia conforme crecemos. 

Por el espejo vi a Jenny recargada en la puerta, mirándome. Se veía cansada y cruda pero aun así hermosa. ¿Cómo alguien puede lucir tan bien todo el tiempo? “Joey…” empezó a hablar sin mirarme a los ojos. “Lo siento, ayer tomé de más…” Wow, ¿En serio? No me había dado cuenta. Gracias por avisarme. “Sobre el concierto… lo que dije… No es cierto, es solo que…” Me volteé para verla a los ojos. “¿Qué cosa, Jennifer?” Mis dientes estaban tan apretados. Ella se quedó callada al notar mi tono de voz. Cerré mis ojos y tomé aire. Calma Joey, calma. “Jen, te acompañé a cada fiesta, tomé contigo cada vez que querías aun sabiendo no lo hacía mucho, me salté clases por ti, le mentí a mis padres, falté a reuniones familiares, me peleé con mi hermana a la cual jamás le agradaste.” Miré al suelo mientras me recargaba en el lavabo para después alzar la mirada y preguntarle lo más importante. “¿No podrías hacer algo por mí?” Sus ojos se humedecieron. “Amor…” extendió sus manos hacia mi cara, pero yo la aparté. No seguiría cayendo por el abismo. “Es mejor que me vaya.” “¿irte?” Su voz se rompió un poco al hacer esa pregunta. Agarré su mano, pero no encajaba como antes. Ya me había empujado, era mi turno de levantarme. Con mi otra mano acaricié su mejilla, por si tenía que limpiar alguna lágrima. “Si esta es la vida que quieres tener, te tienes que olvidar de mí…” Miré hacia el patio, todo el desastre que habíamos hecho. “No es lo que yo quiero. Este no soy yo, Jenny.” 

Mi hermana tenía razón, debía que dejarla ir.
Y así lo hice. 

Solté su mano y limpié una lágrima con mi pulgar. Agarré mi sudadera y salí. El frío de la noche me pegó dejándome casi sin aire. No sabía mal. Podía saborear la libertar en la brisa nocturna. 

Jennifer siguió su camino. A las dos semanas ya andaba con un deportista. Se emborrachaban, sonreían y se amaban, como si nosotros nunca hubiéremos existido. Los veía desde lejos. Ya no dolía, te juro que no. Sentí un empujón en el hombro, mi atención cambió hacia el chico que estaba a mi lado. “Viejo, mira esta canción. Se me ocurrió ayer en la noche”. Sonreí genuinamente. Ya no estaba cayendo, estaba escalando poco a poco.




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