María Fernanda Ruiz Cuello



[NOMBRE Y FECHA DE NACIMIENTO] 
María Fernanda Ruiz Cuello
28 de abril de 1995


[SEUDÓNIMO]
Humanacomotú


[CIUDAD]
Coatzacoalcos, Veracruz


[RESEÑA]
Porteña, hispanista apasionada y defensora de la lengua española. Ha sido publicada en antologías literarias dentro y fuera de México. Estudiante de Ingeniería Informática por el Instituto Tecnológico Superior de Coatzacoalcos. Ha sido ganadora del primer concurso de cuento y novela corta: De niños a niños y de jóvenes para jóvenes organizado por el H. Ayuntamiento de Coatzacoalcos. Fue seleccionada por la revista Lepisma: Creación y Crítica Literaria de la Universidad Veracruzana. Ha impartido talleres de creación literaria y escritura creativa. Co-fundadora del proyecto APROBADO: Aplicación Para Reforzamiento Ortográfico Basada en Actividades Dinámicas y Objetivas. Formó parte de la segunda generación del taller literario Mallinali. Actualmente reside en Coatzacoalcos.


[LINK'S]



[CUENTOS]

 FIN DEL JUEGO

Me pregunto con qué intenciones alguien programa su alarma tan temprano; el sol casi termina de salir y la calle sigue cubierta de una niebla fría, siendo probable que en el transcurso de las horas llueva.

Observo el periódico que hay en mi escritorio ¿desde cuándo he comenzado a leerlo? El celular no deja de vibrar y la pantalla se encuentra llena de notificaciones. Habrá tiempo para leerlas cuando salga de la ducha.

Hay exactamente 24 pasos desde mi cuarto hasta el baño y si no tuviera un ligero trastorno obsesivo compulsivo, seguiría ignorándolo. Hay 30 segundos de vida que se me escapan cada vez que atravieso el pequeño pasillo.

¿De dónde obtengo la seguridad? ¿Por qué el periódico estaba sobre la mesa? El teléfono sigue sonando ¿quién es la figura del espejo?; las palabras vienen a mi mente, se forman conjuntos de oraciones desordenadas y bailan entre sí. Ya no recuerdo más. El agua caliente comienza a caer sobre mi cuerpo, el vapor empaña al vidrio viejo de la pequeña ventana.

El tiempo estimado de cada ducha es 6 minutos y se mide en 2 canciones. Salgo para dar los mismos 24 pasos de regreso a “mi cueva”.

Voy a repetir los pantalones que usé ayer, en alguna parte del cuarto sé que hay ropa limpia. La vista puede ser tan abrumadora como hermosa: Hay una computadora prendida que no se apaga jamás, restos de comida, vasos y bolsas de alimento chatarra; la cama pasaría por un nido de ratas. Apuesto a que nadie podría dormir en ella y eso me hace muy especial, mucho.

Sobrevivo a lo que se piensa infrahumano.

- ¿En dónde está el otro par de mi zapato? – no recuerdo dónde quedó, hace mucho tiempo que no visto calzado. Hace hambre y mi estómago quema, como clamando el alimento.

Hay 40 pasos desde mi habitación a la cocina y ahí aparece también el par de calzado que me hacía falta. En la alacena sólo queda la caja vacía de cereal y en el frigorífico hay una botella con leche hasta la mitad. Está agria y tampoco sé cómo hacer queso.

Debo salir a comprar provisiones y la idea produce un escalofrío que me recorre toda la espina dorsal. Parece un chiste que, teniendo dinero de sobra no pueda sonreír a la amable chica del supermercado. Ni siquiera me imagino invitándola a cenar en este cuchitril.

El reloj marca las 9 de la mañana, el mercado ya está abierto pero de seguro también repleto de señoras que hacen el mandado para la comida de sus familias. Extraño la comida de mamá, era la única persona en el mundo que valió la pena.

Las llaves están colgadas donde siempre, las uso con tan poca frecuencia que jamás se pierden. Me miran retadoras -“Las llaves no miran”- y aprieto los puños en señal de rechazo, no quiero tomarlas y tengo mucha hambre.

Parece cámara lenta y sin embargo sé que lo estoy haciendo a una velocidad desconocida por mí. Azoto al cerrar y la llave ya no encaja en la cerradura por fuera. Quisiera que las manos me dejasen de temblar. Inhalo muy profundo y en la micro calma del respiro, la llave da vuelta, emite un “clac” y cierra.

No sé cuántos escalones hay de la puerta a la calle, tampoco deseo contarlos porque parecen cientos. –“Uno más, uno más”- y entre más me deslizo, más luz puedo ver.

Todo parece diferente desde la última vez que puse un pie fuera de casa: enfrente hay una tintorería, a lado un restaurante de comida china y la señora que vendía su fruta en una canasta ya no está.

Lo único que debo hacer es llegar a la esquina, cruzar la calle y entrar en el pequeño supermercado que me abastece de provisiones por meses. Llevo cantidades de chatarra tan exorbitantes que los estantes quedan vacíos. Realmente no sé qué es más extraño: verme salir o todo lo que me llevo.

Pensar en cosas que no tienen sentido me relajan cuando voy por la acera, en mi mente sólo aparecen imágenes de las partidas que he tenido en las últimas horas. Me pagan por jugar en línea, a eso me dedico y el dinero que recibo es tan exorbitante para la vida que llevo.

Me siento un “campeón” en la batalla, y siento que podría atacar al contrincante que se oculta en una tienda, esperando a que pase con muy poco de vida para “Gankear” y asesinarme.

Pero he cruzado y las puertas del minisúper están cerca. Hoy no voy a llevar comida, sólo bebidas calientes y algunas energéticas. Hay pausa en el torneo, la próxima partida es al mediodía. ¿Bastarán algunos “Six packs”? sólo cargo con lo que me cabe en el brazo, y en la caja ya no está la chica de siempre. Hay una señora de cabellos canos y mirada decrépita. No me dice nada, quiero que me cobre y parece que me ignora.

Salgo con las bebidas enlatadas en mano y puedo jurar que en realidad son pociones que regeneran vida o “mana”. ¿Por qué hay tanto bullicio en la calle? Resulta extraño que las personas aún sin conocerse lo suficiente, puedan convivir en relativa paz.

La escalinata se ve mucho más eterna que de costumbre, y subir con mis bebidas es una tarea que no quiero hacer. De alguna u otra forma respiro profundo y trato que ese oxígeno me dure lo suficiente para no estallar en pánico.

-“Otro más, otro más”- y la puerta termina por aparecer delante de mis narices. Abrir es cosa de nada, pero la realidad golpea cuando cruzo el umbral.

¿Por qué los muebles están cubiertos con sábanas blancas?, ¿por qué huele a limpio?, no traigo latas en la mano y sí puesta la ropa de hace 3 días. Voy deprisa al cuarto y tampoco vuelvo a comprender; ¿por qué todo está ordenado? ¿Y mi computadora?

Alguna clase de ansiedad me recorre por completo y me habría derrumbado si no estuviera aferrado a la pared. De forma extraña me las ingenio para llegar a la mesa y en lo que se supone es mi comedor, sólo está el periódico.

Al tomarlo entre mis manos, el encabezado principal me hace eco: “Muere jugador local de Liga de Leyendas tras semanas sin dormir”. La foto del tipo me parece aterradoramente similar; es el tipo que aparece cuando me miro en el espejo del baño.

El diario está fechado con 16 de noviembre de 2015. Hace un año que me fui.







XII

Me gustan las nalgas, los libros, las bebidas embriagantes y los escritores alcohólicos; el tabaco que me fumo es mi medida para las acciones en el día y me da pereza leer los libros que compré de más en el año.

Escribo más de lo que leo, situación contraria dado que solía leer más de lo que escribía y es una situación apachurrante porque ya no tengo las mismas ansias adolescentes y devoradoras de terminar un libro en 24 horas o de quedarme despierta porque un capítulo más me quita el sueño.

Intento escribir ensayos por la mañana, pero me levanto al mediodía; duermo apenas 5 horas porque me acuesto pasadas las seis y veo la claridad que vence a la tiniebla nocturna, esa en la que el perro de mi vecina ladra sin parar desde las 3 hasta las 4 y en la que cuando apago la luz, existe la probabilidad latente de que llore en algún punto.

Hago una sola comida al día que ni siquiera es sustanciosa y me conformo con que baste para cubrir mi necesidad de alimento. Vivo cada sabiendo que mi cuerpo no es perfecto y añorando los más de 50 kilos de menos que tuve alguna vez, añoro casi de forma nostálgica sentirme las costillas al estar recostada o el hueso de la cadera tratando de sobresalir entre mi carne; el hacer un acto de magia porque los pechos desaparecen y aparecen, ir a una tienda de ropa llena de chicas y mirarlas como si fueran menos porque todo me quedaba mejor a mí.

¿Cómo me gasto el tiempo de ocio que me otorgan las vacaciones? Regularmente pienso en que “pronto haré ejercicio” y la verdad es que tampoco siento ánimos de realizar actividades físicas desgastantes, tengo pequeños cuadros de tos repentinos y tal vez el EPOC ya me alcanzó tras seis años de cigarrillos ininterrumpidos.

Tengo ganas de ir a un cafecito que descubrí en el centro y nadie pela, amistades de muchos años tan muertas -tanto- que sólo es posible comunicarse con ellas a través de la Ouija.


Tengo tantas y repentinas ganas de partir en un para siempre imaginario, eyaculado por la realidad que me acosa tras levantarme de la cama.



No hay comentarios:

Publicar un comentario