[NOMBRE
Y FECHA DE NACIMIENTO]
María Inés del Carmen Castillo
Álvarez
enero de 1986
enero de 1986
[SEUDÓNIMO]
“Defensora de mujeres”.
[CIUDAD]
Las Choapas, Veracruz.
[RESEÑA]
Abogada
de profesión, escritora de corazón. Integrante activo del taller literario
Hiletreando de Las Choapas, durante el periodo: 2007-2011 en el cual forma
parte de la publicación de un libro grupal: “Cien años con Sazón de Las
Choapas”. Integrante del taller literario Malinalli de Coatzacoalcos, durante
el periodo marzo- diciembre 2016. En el cual participa en una publicación
grupal: “Quetzalcoatl”. Ambos libros con la asesoría literaria del maestro
Reynaldo Carballido.
“Deseo ser una gran escritora, voz de
quienes se les dificulta expresar sus sentimientos”.
[LINK'S]
Facebook: Mary castillo
Correo electrónico: mary_hiletreando@hotmail.com
Facebook: Mary castillo
Correo electrónico: mary_hiletreando@hotmail.com
[CUENTO]
LUISA
(Fragmento)
Nunca se entera de nada, pues en qué
mundo vive. Se vino a dar cuenta de cuánto tiempo permaneció agonizando la
abuela, después que murió, en su funeral al toparse de golpe en el centro de la
sala con un ataúd, en el cual descansa eternamente su abuela. Papá quiso
velarla en casa, donde vive con su esposa y sus dos hijas. Los golpes de la
vida de repente hacen despertar a Luisa un poco, pero sólo de repente y
únicamente por corto tiempo.
Toda su adolescencia ha sido así; se
fue sumergiendo, muy recóndito, en esa demoledora tristeza de los doce años
para adelante. De aquella niña activa, atenta, ahora Luisa es una chica siempre
afligida, generalmente callada. Muy inteligente, pero cada día más sumergida en
su propio mundo. Más y más turbada buscando en su piel lo que no posee su
corazón. Llenándose con sinsabor vacío, hasta los huesos, de inmenso y
magnánima inmensidad vacía. Siente que empieza a volverse loca, atiborrada de
invisibilidad, ajena, fuera de lugar además en su propia alma, más turbada, sin
conseguir sentirse acompañada ni siquiera por ella misma, vive, por demás,
agobiada sin “tiempo fuera”.
Nadie puede entender, ¡nadie puede!
Pero tú qué problemas puedes tener, una chamaca tan joven, problemas tenemos
los adultos. ¡Adultos! A-dul-tos…inevitablemente lo lleva muy grabado en su
esencia. Piensa en papá, el hombre más importante de su vida a quien más ama y
quien más daño le ha hecho, demasiado perjuicio con su desamor y total
irresponsabilidad. No puede entender, papá representa su mayor odio como su más
grande amor. De lo que está segura: si alguna vez tuviera un hijo, no le
llamaría como su papá
Roberto
Mirada
trémula; boca, lengua, labios, ávidos por fumarse su piel. Ansía sorber cada
parte íntima. Febril la toma en sus grandes y enérgicos brazos, la arrincona en
cualquier parte, Monserrat puede sentirse orgullosamente: su mujer. Lo siente
suyo, muy suyo. Su fornido hombre le dice meloso al oído: te deseo. Tan rápido
como la toca ansioso, su cuerpo se dilata, sólo por él, sólo para él; la
vuelven loca sus grandes manos velludas, su aroma de hombre singularmente
atractivo y bello, muy, muy bello; su calor la honra y exalta. No podría
describir lo que siente al tener su cuerpo, entrelazado con sus manos de mujer,
abrigada en su pecho protector, todo su cuerpo viril: su complemento.
En
realidad a Roberto no le importa para nada su amante, como ninguna mujer. Sólo
le interesa su cuerpo, “buenísimo”, lo único que desea vulgar y corriente es un
“culo caliente”, sus nalgas alocadas, que estremecida le pida más, le ruegue
trasegada de pasión, la fogosidad que se goza malicioso en desatarle: “malditas
mujeres”; cuanto las odia, con un odio seco, amarguísimo, que a él mismo lo
revienta todo por dentro, de principio a fin.
Si acaso ve a Monserrat como la
mínima parte de sí mismo, sólo una pequeña costilla de su cuerpo, de hecho su
propio cuerpo como su ser son nada para sí mismo. Para Roberto, las mujeres no
tienen ni deben tener voz ni voto, son sólo unas inútiles que de todo lloran.
Entre más las conoce más las aborrece, la única razón de su existir: atender y
satisfacer a los hombres, bajo el yugo despótico del sexo fuerte.
La primera
No debería, muy afligido se lo ha
repetido toda su vida pero en cuanto menos se lo espera esa rabia brota
impetuosa desde lo más profundo de su ser: mamá.
Realmente no sabe abiertamente qué le
pasa, pero no puede estar cerca de ella. Sólo sabe lloriquear, implorar
clemencia. Quedarse allí, aguantarse en lugar de sacar el carácter y hacer
algo. Todo lo que sabe hacer frente a papá es llorar inútilmente para tratar de
conseguir comprensión. Papá es la indiferencia máxima contenida en un sólo
macho mexicano de los años 90 (1993).
…Azotarla, tan duramente sin pensar
en nada más que en callarla, hacerla reaccionar, que sea realmente una guerrera,
no sólo la guerrera que ha parido bien a sus hijos y los ha cuidado lo mejor
posible, sino también como mujer, con su marido, que sepa hacerse respetar.
Una parte de Roberto, de alguna
manera quisiera asestar tantos golpes sobre su propia madre, pisoteada a más no
poder, hasta arrancarla de su memoria de niño y ahora de hombre. Tanta
debilidad de mamá con papá, provoca infinita furia e impotencia, desgarrando
sin la mínima humanidad sus entrañas.
Al sentir, sabor tan amargo de
recuerdos profundamente bruscos y dolorosos, golpea frenético con el puño
cerrado las paredes de la casa, de su corazón, de su vida…
Lacerada,
hecha un peñasco, un témpano.
Su mano sangra, peor sangra su propia
existencia. Algunas veces ha anhelado ser el mejor de los hombres y de los
hijos pero termina sometido por las hondas heridas de su corazón. Es un
sangrado abundante de todo su ser, que no sabe cómo detener, entonces a sangrar
más y con provecho, sigue golpeando con mayor desenfreno la pared. Quisiera
tener a mamá enfrente, si pudiera enterrarle un puñal en el pecho, acabar con
su maldita mirada sumisa, evasiva, de “mujer sufrida”, matar a la mujer sin
autoridad, sin poder sobre sí misma. Totalmente fuera de sí, ríe a carcajadas y
en cada risotada se enfrenta a esas horribles y tempestuosas noches en que papá
se le sube a mamá; ella dice: no, los niños podrían ver; que tiene la regla, le
duele; ignorada como cualquier cosa, sólo solloza desconsolada; ni siquiera la
escucha, nada que le diga le interesa. Roberto un niño de siete años maldice
millones de veces, calcinado de tremendo dolor, en silencio a ese hombre
indigno de ser su padre. Si tenía dolor, si estaba cansadísima de tanto
quehacer, nada, absolutamente nada era importante para ese hombre holgazán y
violento, además de mantenido, que lo engendró. Por qué no se levanta de la
cama, por qué no huye, sólo se queda ahí aguantando lo que papá le hace; y ese
abismo tan traumático para el pequeño, no termina rápido, con el alma destruida
se ahoga con el deseo infinito, sórdido, de gritar, hacer algo por mamá.
Quizá tenía tanto miedo como su
madre. Miedo ella y miedo él, ninguno de los dos hacía nada, sólo se
aguantaban, sin que la mamá lo supiera; nunca entendió el cambio de actitud de
su hijo mayor, sus
cambios de humor, ese coraje tan
intenso al dirigirse a ella, su rebeldía...
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